Como llegar: Por la carretera N - 627 Burgos - Aguilar de Campoo y esta misma dirección llegarán al cruce con la Ctra BU-601, giran a la izquierda, llegarán a los chopos altos (si no les ven no se preocupen: los cortaron hace tiempo), cruzarán el río Urbel y a poco tendrán a sus pies los tejados de La Nuez de Arriba.

Reflejar la historia de La Nuez de Arriba, un lugar diminuto de terreno y a lo largo de la historia, tan extenso en el tiempo, es simplemente un ejercicio de ilusión e imaginación. Por lo que intentaremos dividir el contenido en dos apartados. Uno relativo a los pocos datos escritos que podamos encontrar de carácter histórico  y otro de carácter sociológico relativo al modo de vida de estos lares hasta la industrialización del campo con la aparición del tractor y la consiguiente eliminación del ganado vacuno como fuerza motriz en las labores agrarias. Este proceso continuó con la desaparición de la cabaña ganadera y culminará con la jubilación del último trabajador en activo del pueblo.

                                                                                         HISTORIA

La primera referencia escrita sobre la existencia del pueblo la encontraremos en La Carta de Arras del Cid a Doña Jimena año 1074.
Parece ser que la siguiente referencia sería unos documentos sobre asientos relativos a terrenos comunes o lindantes entre los pueblos de La Nuez de Arriba y Acedillo de 1462 como documento independiente en cuadernillo de varias hojas.

La siguiente referencia de Joaquín Cidad Perez referida a los amojonamientos con Montorio se hallarían en otro documento de varios folios datado en 1580 donde se harían referencia a las fechas de 1447 como fecha más remota.

Joaquín Cidad Perez cita en su libro Tozo Bajo lo siguiente: "Nos han llamado la atención  los varios amojonamientos del siglo xv. El más antiguo, de 1447, correspondiente al amojonamiento con Montorio; sigue otro del año 1462, que se refiere a los límites entre La Nuez y Acedillo y un tercero fue realizado el 1488 entre Quintanilla Pedro Abarca y nuestro lugar; se conservan en documento original y transcripción del siglo XVIII".

Otras documentaciones serían el Libro de Apeos del año 1582 a 1734 relativo a la parroquia del pueblo y guardado en el Archivo Diocesano.

En 1711 adquiere su actual nombre de La Nuez de Arriba en lugar de La Nuez de Urbel como venía denominándose hasta ese momento. Por tanto en el año 2011 hemos cumplimos 300 de nuestra actual denominación.

Hasta los inicios de la década de 1960   los pagos de Los Cuchillos (Quintanilla Pedro Abarca) y  Valdremudo (La Nuez de Arriba) eran terrenos de pastoreo en común.  Pero en la reforestación de pinos propuesta por la Diputación de Burgos los primeros utilizaron  el paraje Los Cuchillos donde en adelante no se podría pastorear por lo cual para equilibrar la balanza se decidió acordar unos límites fijos equidistantes que rigen hasta nuestros días y anular los pastoreos comunes.

 

P.D. Los datos de los documentos más antiguos se han de tomar con reservas pues dichos documentos requieren de un estudio paleográfico por persona cualificada en la materia; conocimientos que no me acompañan por desgracia.

SOCIOLOGÍA

Lo que sigue es un intento inútil de parar el tiempo. De detener la vida en los años felices de nuestra niñez. Por otra parte el paso del tiempo envuelve en un halo de romanticismo las duras condiciones de vida, sacrificios y sinsabores que rodeaban nuestra existencia. A pesar de lo cual habrá gente que al leer estos recuerdos atropelladamente escritos se vea obligado a emitir juicios despectivos. Que nadie juzgue los tiempos pasados con criterios de la actualidad, que nadie reniegue de su pasado y hagamos simplemente un acto de reconocimiento y agradecimiento a nuestros orígenes pues si hoy somos y estamos donde estamos es por el esfuerzo y sacrificio de quienes nos precedieron, con sus virtudes y defectos que no deseamos juzgar.

Nos encontramos en las primeras estribaciones del Sistema Cantábrico y tradicionalmente estos lares han sido considerados como parte de la Montaña. El paisaje agreste de abundante hierba en el verano lo distingue de las fértiles llanuras más al sur, como Sotopalacios y todo el valle de Huérmeces y Santibáñez Zarzaguda. Podríamos decir que esta zona estaba escasamente habitada y sus gentes se dedicaban exclusivamente a la ganadería sin núcleos urbanos establecidos tratándose de campamentos de verano y emigrando en invierno a tierras más bajas y cálidas

El primer vestigio de presencia humana en esta querida patria chica lo podemos localizar en la zona denominada de Los Muertos donde encontramos un montículo que bien pudiera tratarse de un enterramiento. Varias son las razones que justificarían dicha hipótesis. Su ubicación elevada y la disposición de agua suficiente durante el verano al hallarse estratégicamente entre las fuentes de las Matas, Prabustillos y los Milagros y sobre todo la orientación este-oeste que parece adoptar. A su alrededor se hallan un conjunto de tierras arenosas fácilmente cultivables incluso con las herramientas más rudimentarias. En esta primera colonización sus pobladores debieron dedicarse evidentemente a la caza, pesca, ganadería y el cultivo de algún tipo de cereal. Tanto las praderas como el valle central frente al pueblo debían de ser zonas pantanosas e inhóspitas.

El modo de vida de las gentes de este lugar siempre ha estado marcado por las duras condiciones climatológicas. Veranos cortos y calurosos e inviernos largos y muy fríos. Ello ha condicionado que tanto el modo de vida, como la alimentación y la economía sean de subsistencia. De un eterno adaptarse al medio para sobrevivir.
Los inviernos de fuertes nevadas y persistentes fríos obligaban a almacenar los alimentos en la estación del verano tanto para los animales como para las personas. Para lo cual se segaba la hierba en la primera quincena de julio y una vez seca se guardaba en el pajar para alimentar el ganado en el invierno pues en esos meses tanto ovejas como vacas se encuentran criando y era necesario protegerlas de los fuertes fríos, evitando de esta forma  partos prematuros o abortos que pudieran poner en peligro la vida de la madre como de la cría con la consiguiente pérdida de recursos económicos y alimenticios. En primavera se churraba la hoja de los olmos para dar de comer a los chinos y en otoño, antes de que las hojas de los chopos se volvieran amarillas se esmochaban para que una vez secas alimentaran a las ovejas y cabras en los días que la nieve ocultaba cualquier brizna de hierba en el campo. Para las personas se empleaban diversas formas de guardar y conservar los alimentos. Una el adobo en salmuera con agua, sal, vinagre, pimentón y especias; otra era dejando que la carne se seque al aire frió y al humo de la chimenea. Entre capas de sal se conservaba el tocino y en tinajas de aceite se guardaba también parte de los chorizos y lomos del cerdo.
  El pueblo se halla en la ladera de la montaña resguardado de los fríos vientos del norte llamado cierzo y aprovechando al máximo los últimos rayos del sol. Observamos que gran parte de sus casas tienen la misma estructura o reparto de espacios. Al estar levantadas sobre un plano inclinado todas tienen una parte subterránea, escavada en la montaña lo cual además de las perniciosas humedades proporciona dos entradas a la casa. La parte baja estaba destinada a cuadras para los animales. Los primeros recuerdos de mi niñez me traen a la memoria una cuadra con dos espacios bien diferenciados. Según entrábamos el lado derecho era el destinado a las vacas y terneros. Disponía de pajera que era un espacio que unía verticalmente el pajar con las cuadras y que servía de jergón para los pobres y mendigos cuando peregrinaban de pueblo en pueblo buscando sustento. El lado izquierdo con su ventana, digamos más noble, llamado Corro para las personas donde alrededor de una mesa camilla y con un brasero mis abuelos combatían los rigores del invierno mientras asaban unas manzanas de Linares, el Val o alguna castaña por Navidad.
La planta primera estaba destinada como habitáculo de las personas, con la cocina y los dormitorios los cuales se calentaban con el calor animal de la planta inferior.
  La parte más alta se usaba como granero y pajar. Esta parte de la casa servia para almacenar los alimentos de todos cuantos se cobijaban bajo su techo pues se trata de la zona menos húmeda. Por otro lado tanto la hierba seca como la paja almacenada en el pajar mientras no se consumía servia de aislante tanto del frió como de las eternas goteras del tejado.
Para protegerse del frío los romanos aportaron una solución que ha llegado hasta nuestros días como es la Gloria. Es ni más ni menos que una variante de sus termas romanas.
  Consiste en construir en el suelo de la habitación que deseamos calentar, siempre en planta baja y junto al portal, un cauce en diagonal de esquina a esquina que naciendo en el portal iba estrechándose progresivamente para terminar en una chimenea con tiro. Se calentaba generalmente con paja y también con ilagas. Dentro de esta economía de autosuficiencia la paja, además de calentar la gloria y alimentar a los animales se utilizaba para las camas de éstos en cuadras y tenadas. Les mantenía calientes, aislándoles del suelo y limpios. Una vez al año se cavaba la tenada de las ovejas y esa basura junto a lo de las vacas era amontonada en muradales donde se la dejaba unos meses que fermentara y de esa manera se conseguía un abono natural, gratis y no contaminante para el campo.

Una muestra más de la autosuficiencia y del uso racional de los medios  y materiales que la naturaleza les ponía al alcance de la mano es la confección de ciertos  enseres como escriños y ruellas. Eran confeccionados con las largas pajas de centeno del berezal con las cuales se hacía una especie de cordón infinito el cual era cosido en espiral a sí mismo mediante una tira de piel de zarza.  Que ¿como se hacía la tira de zarza? Pues era menester elegir una joven zarza de metro y medio. Se le partía dos veces longitudinalmente y de esa forma obteníamos 4 tiras flexibles y robustas aptas para el menester.

Estos lares básicamente fueron habitados por pastores. El legado que ellos nos han dejado puede contemplarse en los corrales de La Encina, en el de Berezal, en el de Barrancal, en el de Socórrales, el de la Recorba. La unión de las familias con sus animales era total pues de estos dependía en gran medida la subsistencia de aquellas y de esa manera bueyes, vacas, ovejas, cabras, yeguas, asnos, gatos y perros adquirían y tenían de hecho el cariño como un miembro más de la familia. Su reflejo queda patente en los nombres de los animales. Nosotros teníamos una perra llamada luna, la pareja de vacas se llamaba lechuga y mariposa, la de bueyes: gallardo y romero. Pablo llamaba a su mejor vaca carina y Francisco llamaba a su perro pedro. Los animales se les alimentaba lo mejor que se podía. Eran tratados con respeto y cariño, a pesar de la apariencia cruel de ijadas y gavilanes los animales discernían cuando les daba el dueño y cuando el vecino, cuando era por necesidad del trabajo o castigo justo ( por meterse a pastar en los sembrados) y cuando se hacía con odio y rencor en cuyo caso te la tenían guardada. Se decía este animal está resabiado cuando demostraba su agresividad, en ocasiones a una sola persona, por haber sido golpeado injustamente o en exceso.
Me viene a la memoria una noche de invierno cuando mi padre intentaba ordeñar a una vaca la cual era madre primeriza. Para tener las manos más suaves se las untó con manteca pero aún con eso no había manera de que la vaca se estuviera quieta dando coces en cuanto le ponía la mano encima. Es por las cosquillas, decía mi padre. Para acostumbrarla ató una cincha de cuero a un clavo de la viga del techo, la pasó por debajo junto a la ubre y la volvió a sujetar en otro gancho de la viga paralela a  la anterior tensando hasta dejar a la primeriza con los cuartos traseros casi en volandas e impidiendo de esa manera que pudiera tirar coces por falta de apoyo. Al poco la feliz madre comprobó que el tema no implicaba dolor y paulatinamente fue aceptando como natural la cuestión del ordeño sin daños para ninguna de las partes. Las cuadras eran espacios pequeños por lo que al pasar detrás de los animales para las distintas labores era prudente hablarlos o silbar pues en caso de asustarlos en un acto reflejo suyo te podían regalar alguna coz involuntaria pero igual de dolorosa.

En todo caso los animales siempre fueron más dados a perdonar que las personas y en los cuidados y el amor que recibían siempre devolvían el ciento por uno.

    La leña de carrasco de la Pinza se cortaba para la cocción de los alimentos o para quemar en el hogar de la cocina. En un primer momento era de suelo bajo con una enorme campana rectangular para poder curar al humo los chorizos, morcillas y cecinas. Luego se añadió el fogón lo que permitía una postura erguida para cocinar. Seguidamente evolucionó a la cocina económica eliminando la campana y bajando la chimenea hasta el fogón de hierro fundido bajo el cual se producía la combustión. De esa forma se conseguía una instancia libre de humos siempre que la chimenea tuviera tiro. Como venía diciendo en La Pinza, bosque de uso comunal las autoridades trazaban unas cuadrículas en el terreno o suertes que luego sorteaban en la Casa Concejo entre los vecinos.

Uno de los pilares de la alimentación de estas gentes ha sido de siempre, como decimos nosotros el chino, gorrino o cerdo. El cual después de cebarlo con patatas, hoja de olmo churrada en verde y cualquier otro resto de alimento al llegar el invierno se procedía a su sacrificio, para lo que se solicitaba la ayuda de la familia. Como dice el refrán: con ayuda de mi vecino mató mi padre un gorrino. Se le chamuscaba con helechos, se le estazaba, se hacían las morcillas y su rico calducho, los chorizos y aquellas copillas de licor poco más de un dedal !para que no te enchispes! decían las abuelas pero en realidad era para estirar un poco más el licor.
  El otro pilar y que tanta hambre nos ha quitado han sido las patatas. Cocidas para los chinos. Para las personas: fritas, en tortilla española, guisadas en aquellas cazuelas zamoranas de barro refractario que debían de untarse de ajo al estreno de las mismas para que no se resquebrajaran. Como iba diciendo, patatas con carne, patatas con conejo, patatas con setas, patatas para comer, patatas para cenar, patatas para almorzar en el campo, sobre todo la época de verano. !Que ricas estaban las patatas a fuego lento en dichas cazuelas!. Más de uno concederá el mérito al hambre que teníamos por las duras labores del campo. No obstante nuestras abuelas y madres se merecen nuestra admiración por conseguir ese toque magistral a unas simples patatas viudas con algo de pimentón, un par de hojas de laurel, sal y no se que más pues a mi no me salen ni parecidas.
  La generación que en estos momentos se nos va fue muy afortunada pues eran familias de muchos hermanos. Era normal que a la hora de la comida todos se sentaran al rededor de la cazuela y comieran del mismo plato, con educación, sin amontonarse y procurando dejar para los demás de la familia. Dicha estampa se repetía cada vez que por necesidades del trabajo los niños, al salir de la escuela por la mañana, llevábamos la comida a nuestros padres a la finca correspondiente.
 

La comida principal del día giraba en torno  al cocido. En un puchero de barro se cocían desde primera hora de la mañana los garbanzos, lentejas, alubias pintas o rojas junto a un poco de carne, tocino, morcilla y chorizo cuando lo había. Todo ello a fuego lento. Cuando ya se había cocido procedíamos a separar el caldo, que junto con unas rebanadas de pan se hacían unas sopas. Luego se hacía el relleno, consistente en miga de pan, ajo, perejil y huevo. Se le daba forma de pelota aplastada, lo pasaban por la sartén y terminaba en el puchero para su cocción definitiva. Lo volvían a poner todo ello en el puchero que junto con un trozo de hogaza, los cubiertos, alguna rodea o servilleta y la botella de vino se colocaba en el capazo y !Fernando!  no te vayas a jugar con los chicos. Tienes que llevar la comida a tu padre que está arando en La Muñeca. La propia identidad de Castilla queda reflejada en uno de sus platos típicos: la sopa de ajo. Ante la necesidad de aprovechar al máximo todos los recursos la sopa de ajo se hacen del pan duro, se toman calientes para combatir el frío y son digestivas. Cuando había se le ponía un huevo revuelto para que fueran de más alimento. Como se decía: la misa y el pimiento...
Había otros alimentos ocasionales como los calostros y la tarrañada, las sopas de suero. Me explico: la leche de las ovejas se utilizaba para hacer el queso. El producto sobrante era un suero con algún grumo de queso y muy rico en minerales que era aprovechado para antes de ir a la escuela almorzarnos unas sopas muy nutritivas.
Los rabos de los corderos también se asaban y estaban muy tiernos.
Con cierta frecuencia en la más tierna infancia de los corderos (llamados lechazos) comían vedijas de la lana de sus madres. Dicha lana les atascaba el aparato digestivo y un hermosote lechazo de un día para otro perdía peso y ganaba debilidad por lo que ante estos síntomas se le sacrificaba y al comprobar la ingesta de la lana dicho cordero terminaba en la cazuela. Queda demostrado que ningún recurso alimenticio era desperdiciado.


En este punto sin embargo deseo resaltar la sabiduría popular. De Pascuas a Ramos se observaba que alguna oveja se volvía relocha. En medio del campo se la veía distraída. Le costaba seguir el ritmo de las demas del rebaño. Se iba quedando en los huesos. En el estadio más avanzado de la enfermedad se dedicaba a la vida contemplativa y cuando la debilidad se apoderaba del animal empezaba a dar vueltas sobre si misma. Pues bien, a pesar de la necesidad estas ovejas no se comían. Se las llevaba al alto San Pedro y se las dejaba allí hasta que la presencia de los buitres daban buena cuenta del animal. Dicha enfermedad la identifico como la enfermedad de las vacas locas. Nuestros antepasados sin estudios ni microscopios ya sabían (supongo que por nefasta experiencia) que dichos síntomas denotaban contagio de enfermedad.
La caza era un complemento muy importante en la alimentación. En el pueblo se comía y cazaba todo lo que se movía. Podemos citar liebres, conejos, palomas, perdices, codornices, gorriones, picazas, picarrelinchos, tordos y cualquier otro tipo de ave. El rió Urbel surtía igualmente de cangrejos, truchas, ratas de agua dulce. Tampoco podemos olvidarnos de los caracoles, las setas de carrerilla, del cardo, del mango azul y los hongos (para los más académicos champiñones).


 En cuanto al pan cada uno cocía el suyo propio. En el pueblo no se conserva ningún horno para cocer el pan. Sin embargo podemos contabilizar que hubo el de la tía Salvadora junto al juego de bolos actual. La dependencia aunque con el tejado caído podemos apreciar sus paredes ennegrecidas por la actividad que en él se desarrolló. El de Ponciano y Brígida justo en la puerta del actual almacén frente a su casa. Le recuerdo la bóveda circular y marrón, supongo adobe, y la puertezuela a ras de suelo por donde metíamos la leña para calentarlo. Recuerdo igualmente un par de palas de madera de largo mango para meter y sacar las hogazas y las tortas. En el lado norte de la iglesia, al otro lado del camino encontramos los restos de lo que fue quizás el último horno en activo. La puerta tapiada y las piedras tiznadas del humo delatan el servicio que antaño desempeñó el edificio. De aquí mi recuerdo difuso son unas mujeres portando a cuestas un saco de paja y la imagen de una torta que en pago por el alquiler de dicho horno se entregaba quizás a mi abuelo Frutos. En el corral de la casa de la Sra. Clementina, para mí la de los cangrejos, aún existe un vano (dependencia para guardar aperos) donde hubo otro horno. Por último la casa del arco tiene aladeña una dependencia chiquita donde en su fondo se aprecia sobre la pared de piedra la forma de un horno.

  En los huertos sembrábamos ajos, cebollas, patatas tempranas, habas para frescas, alubias blancas para secas, lechugas y los sufridos repollos para el cocido de garbanzos y berzas para los conejos. Sin olvidarnos de las siemprevivas que adornaban sus paredes.

Cuando el ir al médico aún no se había convertido en deporte nacional las mujeres recolectaban manzanilla para las digestiones, la flor de los tilos de la carretera y romero de las peñas para hacerse infusiones. Recordemos que el agua de alholvas terminaba con las lombrices intestinales frecuentes en los niños debido al azúcar según decían aunque más bien sería debido a la falta de higiene. Dicha sabiduría popular transmitida oralmente en lo relativo a las plantas medicinales y su aplicación, tanto en personas como en animales, se perdieron grandemente a la muerte de la Sra. Nati. Golpes, esguinces, y fracturas de animales se curaban con emplastos de pez que se aplicaba muy caliente sobre unos paños y se dejaba que obrara por un tiempo determinado a modo de escayola. El dolor de riñones o lumbagos eran ahuyentados con la aplicación sobre la zona de tejas previamente calentadas al fuego. Los resfriados eran combatidos con una infusión bien caliente de vino tinto y a sudarla en la cama bien tapados.
¿Sabe alguien en que consiste la dolencia del estómago caído? Posiblemente sea el resultado de algún sobreesfuerzo. Pues la Sra. Leonor se la puede contestar e incluso cómo la curó ella en varias ocasiones. Es un tema grave que la medicina oficial opta por la intervención quirúrgica. Podría tratarse de algún tipo de hernia interna. Los dolores internos te impiden levantar alguno de los brazos. El curandero te coge por detrás. Cierra un puño que es cogido por la otra mano, lo coloca bajo el estómago y ejerce un instantáneo golpe de fuerza notando en ese momento cómo cada cosa se ha colocado en su sitio. A continuación procede un riguroso vendaje de todo el tronco y reposo absoluto en cama de 15 días a un mes.
Al médico se le llamaba poco más que para certificar la defunción pues se trata de un tiempo donde no existía la Seguridad Social.
 Estamos hablando de una sociedad donde los hijos cuidaban a sus mayores. Quienes no tenían hijos y llegaban a viejos sin disponer de medios económicos veían cómo sus bienes para saldar las deudas o por fallecimiento, eran subastadas públicamente en lo que se denominaba la almoneda. Al no poder trabajar por enfermedad o vejez y no existir ningún tipo de pensión los caminos estaban poblados de pobres, enfermos y alcohólicos que vagaban de pueblo en pueblo malviviendo de limosna y durmiendo en hornos, pajares y pajeras. Antes de ir a dormir, por precaución, se les retiraba el tabaco, las cerillas o aquel típico mechero que a base de varios golpes en la ruedecilla, su diminuta piedra encendía el cordón de mecha trenzada. Primero se soplaba para terminar de encender y después de usado se le apretaba con los dedos para apagarlo.

Otro de los recuerdos más claros es el lavado de la ropa por las mujeres en el arroyo que viene del Val atravesando entre el juego bolos y los huertos junto al peral de Jacinto. A la altura del camino llamábamos La Pontanilla con su poza estacional de invierno pues en verano ese arroyo termina secándose. El camino atravesado ahora por un tubo se hallaba dividido en dos partes. La de arriba que formaba un pequeño puente para que caminaran las personas y la parte de abajo para que circularan los carros atravesando el agua. Durante buena parte del año en la Poza, a la sombra del peral. ¡Cuánto frió han pasado las mujeres en ese arroyo. Sin embargo como los jabones y lejías en agua fría y caliza no daban los mejores resultados una vez al año durante el verano se hacia una enorme colada para la ropa blanca. En una  cesta de mimbre de 1 metro de diámetro se colocaban todas las piezas de ropa blanca una encima de otra hasta el borde. Seguidamente se ponía una sábana mala encima tapándolo todo sobre la que se depositaba un caldero de fina ceniza. Por otro lado en la caldera de cobre, donde se habían cocido las morcillas y en el corral, se calentaba agua que hirviendo se echaba sobre la ceniza y de esa manera atravesaba toda la ropa hasta llegar al suelo blanqueándola. A continuación las mujeres lo cargaban en una carretilla y se iban al rió entre las pasaderas y socorrales para aclararlo y tenderlo al sol.
Durante el resto del año las sufridas mujeres hincaban las rodillas y doblaban el espinazo para luchar contra las frías aguas en el arroyo de la fuente vieja. Otro lugar más alejado era la poza de La Pontanilla sobre el arroyo que viene de Linares. Junto a la poza, el dicho arroyo aún debiera conservar entre las zarzas una enorme piedra que lo atraviesa ofreciendo un paso elevado a modo de puente para no mojarnos.
 Parece observarse que muchos hombres se casaban en segundas nupcias con hijos pequeños por el frecuente fallecimiento de las madres al poco de dar a luz. Una causa posible era el frío que pasaban las pobres lavando ropa en aguas tan crudas y al quedarse frías por una corriente de aire cuando estaban sudando después de realizar un trabajo pesado o al contraste de temperaturas entre las cálidas cuadras y tenadas y el gélido invierno. La causa más probable era la nula asistencia médica en tales circunstancias. Nos permitimos en este momento un acto de reconocimiento a las últimas parteras del pueblo: la abuela Brígida y la Sra. Damiana.
   Siguiendo con los fríos y los nacimientos, salvando las distancias y por asociación de ideas, durante los meses de invierno las ovejas parían poco a poco y en ocasiones el parto las llegaba en medio del campo. ¡ Que hermosa estampa la llegada del pastor con el cordero colgando cogido de las patas delanteras y su madre siguiéndole los pasos.¡ Los corderos y las ovejas se guardaban por separado pero un par de veces al día se echaban los corderos a mamar. Se montaba en el corral una trifulca espectacular de madres e hijos llamándose unos a otros y cómo las madres olisqueando y lamiendo reconocían a los suyos entre cincuenta a la vez que éstos meneaban sus rabos agradecidos mientras mamaban.

   En cuanto a la agricultura es orientativa la variedad de cereales que se cultivaban para los animales. De la familia de las leguminosas los yeros, francos y alolbas. Trigo, cebada, avena y centeno este último especialmente adaptado a los áridos y fríos roturos del Berezal.. Si el año venia secano recogían cereales, si venia húmedo entonces había buena cosecha de patatas. Si duros son los inviernos, los veranos no son más generosos. Personas que aún viven nos cuentan que cuando eran jóvenes en periodos de cinco años tres de ellos habían tenido pedrisco. Posiblemente se deba al encontrarnos en los límites de la cuenca fluvial del Duero y el Ebro. Las aguas de Nidáguila y Terradillos van al Ebro, las nuestras al Duero.

 De antiguo, en los días de verano cuando se ponía de nublo y se avecinaba pedrisco se volteaban las campanas al son de "tente nublo" para ahuyentarlo. Ignoramos si el timbre de las campanas en alguna ocasión les libró del granizo pero sí sabemos que únicamente en aquellas ocasiones oíamos las campanas de Quintanilla, al sur, de donde venía el aire caliente que al juntarse con el aire frío del norte significaba desgracia segura. Hace unos cuarenta y ocho años que atraviesa estas tierras una línea de alta tensión y durante este tiempo sólo un año ha granizado con cierta intensidad. Es como si los cables de alta tensión absorbieran la sobrecarga eléctrica de la atmósfera o influyeran en la formación de las corrientes de aire.

   Durante gran parte del invierno y sobre todo por las abundantes lluvias de la primavera las praderas del lugar se hallan empantanadas de agua pero al llegar la primera semana de julio, gracias al calor del verano, este paisaje tan desolador da paso a un tupido manto verde de unos 80 cm de altura. Lo que nos trae a la memoria aquella imagen de los labradores picando el dalle  en los goterales de sus casas o a la sombra de cualquier árbol.
Con sus dalles al hombro recién picados del día anterior y con la bota de ojo gallo se dirigían al amanecer, rumbo al rió. Habían comenzado las labores del verano.  Llegados a la pradera, con la horca de hierro de dos pinchos perforaban la tierra buscando los mojones de piedra que una vez hallados se recorrían a pie en línea recta para que sobre la yerba hundida quedaran marcados los límites de la propiedad. Esta labor tan dura solía hacerse en familia y requería una especial alimentación.

Entre dos familias se adoptaba el acuerdo de sacrificar por turnos un animal propio. El primero de los vecinos mataba una oveja entregándole al otro la mitad para de esa manera tener ambos carne fresca. Por carecer de frigorífico era necesario consumirla antes de que se pusiera mala. Se le ponía a la fresca por la noche y por el día se le tapaba con una sábana limpia pues se corría el riesgo de que lo cagara la mosca. Una mosca verdosa azulada la cual depositaba sus huevos en la carne y que terminaban por desarrollar unos gusanos blancos y gordos. Se recortaba la carne alrededor pero el resto se aprovechaba. Cuando se terminaba la primera oveja el otro vecino mataba la suya y le devolvía proporcionalmente lo recibido con anterioridad. Lo que se denominaba hacer el adra. Dicho trueque de carne se procuraba hacer entre familiares cercanos o amigos para que te devolvieran en proporción a lo que tu entregabas, no faltando la picaresca dependiendo las necesidades de cada cual.

 Volviendo al principio, las tierras frente al pueblo debieron ser necesariamente pantanosas por la cantidad de manantiales sobre las laderas. Aún careciendo de conocimientos técnicos, me permito presentar la hipótesis de que la verdadera revolución de estos lares tubo lugar a la llegada de los romanos a quienes atribuyo los conocimientos para el dominio del agua por la canalización de los manantiales y el saneamiento de las tierras para el cultivo y el pastoreo por medio de arroyos y calzadas.
  Para hacerlas aptas para el cultivo fue necesario la construcción de arroyos hasta el río. Las zonas encharcadas eran saneadas por medio de las llamadas calzadas. Es decir, abrían unas zanjas en medio de las fincas que iban a parar a los arroyos. Estos canales los llenaban de piedra y y por encima se colocaba una cama de palos, volviéndolo a recubrir con otra capa de tierra para que subterráneamente drenaran el exceso de lluvia o el agua de los manantiales y de los llamados gemiales,  puntos en medio de una finca donde aflora cierta agua sin llegar a convertirse en manantial pero que imposibilita su cultivo por exceso de humedad. Nuestros padres también han utilizado este sistema de saneamiento de las tierras de labor.
Parece ser que el nombre se tomó de las famosas calzadas romanas pues tienen el mismo esquema de construcción.

Un manantial que diera abundante agua en el verano era indispensable a la hora de repoblar cualquier zona salvaje o deshabitada. Cuando lo encontraban, lo escarnaban bien alrededor para que no se encenegara, luego lo llenaban de piedras de distintos calibres y lo iban encauzando en su dirección natural. En la zona baja habilitaban con cuatro lanchas o piedras planas una zona rectangular a modo de vasija donde poder coger libremente el agua. Posteriormente calculaban el punto más alto que las aguas eran capaces de alcanzar, punto el cual podemos llamar punto de fuga manteniendo así el agua limpia pues garantiza que fluya y no se retenga.
La Fuente Vieja, la fuente el Vado, las dos fuentes principales de Fuentetello, la del Gato, de las Matas, Prabustillos, los Milagros, los Pilones de la entrada del pueblo etc. Todas ellas tienen ese principio básico de funcionamiento. Han sido tan bien ejecutadas que es imposible se pierdan para siempre. Solamente se tiene que limpiar la zona de vasija para que año tras año funcionen correctamente con mayor o menor caudal dependiendo del régimen de lluvias anual.
Posiblemente la principal huella de los romanos en este pueblo sea la llamada Fuente Vieja. En realidad es un manantial debidamente encauzado y que con su piedra de sillería debió ser durante muchos siglos el centro de la vida social del pueblo. Sobre todo de las mujeres pues  su arroyo de desagüe, como he dicho antes, era utilizado para lavar la ropa. Además de los manantiales a lo largo del término municipal podemos disfrutar de un elevado número de pozos, como en  casa de Eduardo, Florencio sin olvidar los pozos de cada huerto que son alimentados por varias calzadas de piedra para los riegos del verano. En particular en medio de la plaza el moreno había un huerto con su pozo, el cual rezuma cuando se resquebraja el asfalto de la superficie.

Otro de los adelantos tecnológicos es el llamado arado romano utilizado en estas tierras hasta los años 1960. Estos últimos años para arar las patatas por ser más liviano que el braván. Naturalmente era de madera, tirado por una pareja de bueyes o vacas y perforaba la tierra con una reja de hierro en forma de pesada flecha.

La naturaleza ha sido tan desagradecida con nuestros paisanos que en ocasiones las familias después de recoger la cosecha carecían de lo necesario como para devolver el grano que, para comer habían pedido prestado y adeudaban del invierno anterior.

Dando un repaso a la pequeña superficie del término municipal se observa que sus tierras son muy diminutas muchas de las cuales se hallan en laderas donde es difícil incluso mantenerse en pie. Las praderas igualmente fueron repartidas en franjas muy estrechas. Sin embargo lo que me llama más la atención el trabajo necesario para excavar en terraza el conjunto de eras donde trillábamos. Otros temas son la canalización del arroyo que baja desde los milagros hacia la pontanilla, la cantidad de arroyos que separan las fincas, la cantidad de paredes en las fincas y sobre todo el tramo del camino denominado las callejas el cual tenía una parte empedrada.
 Todos estos movimientos de tierra ignoramos si se llevaron a cabo a fuerza de látigo o por medio de la cooperación voluntaria del grupo.

 Las praderas del rió son privadas, cada labrador al principio del verano siega la yerba de su prado pero después durante el verano y otoño el usufructo de las praderas por medio del pastoreo es en comunidad. Las vacas de todos pacen en los prados de todos.

Analicemos las lomas que van desde Quintana del Pino a Montorio. Supongo que todo fue un espeso bosque de roble encina pues en el extremo oeste se han conservado algunos ejemplares. Nuestro terreno llamado Berezal, mantuvo su carácter comunal, fue roturado para el cultivo de centeno, patatas y para el pastoreo de las ovejas pues el suministro de leña estaba garantizado por los carrascos de la pinza ( Quercus Ilex Rotundifolia) de repoblación natural. La loma paralela perteneciente al término de Montorio se dividió en suertes, perdiendo su carácter comunal, para que los particulares tuvieran leña manteniendo el arbolado autóctono hasta nuestros días.

 Para terminar deseo resaltar la cantidad de actividades que los vecinos compartían o realizaban conjuntamente. Por medio del alguacil, o las campanas, el Sr. Alcalde convocaba a los vecinos en La Sala Concejo. Tocan a caminos, se decía y los distintos vecinos, repartidos en cuadrillas y cada uno con distintas herramientas reparaban los baches de los caminos.
Los corderos se cuidaban entre los particulares. Cada tantos corderos tenías que ir un día de pastor. Las tardes del verano después de terminar la trilla se llevaban las parejas a la pradera y por turnos se cuidaban hasta el anochecer.

¡Que lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas, por no tener una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia. ¡

(de León Felipe)