JUEGOS Y JUGUETES

  En este apartado reflejaremos esa parte de la cultura referida a los juegos infantiles. Evidentemente los juguetes no se compraban. Las materias primas para su fabricación se tomaban del entorno y sobre todo eran elaborados por uno mismo. Desde la más tierna infancia los niños aprendían a manejar la navajilla para hacerse chiflitos, flechines etc., adquiriendo gran destreza y habilidades manuales. La rivalidad se demostraba en la práctica del juego pero igualmente en la perfección y personalidad de sus tirabiques, arcos...

   Otra característica del juego era la temporalidad. Se podría decir que los juegos eran estacionales, evidenciando la influencia total que tenía el clima en el desarrollo de los juegos.

Pasamos pues a enumerar las distintas actividades lúdicas de nuestra infancia.

El pincarromero.
Pincarromero es un juego de invierno. Se puede jugar en pareja o en grupo. Necesitamos un palo de unos 35 cm de largo por 5 cm de diámetro. Un extremo debe terminar en punta, como un lapicero.
El campo de juego es un buen césped de tierra blanda. Cogemos el palo, lo levantamos y los soltamos contra el césped para clavarlo profundamente. Así uno tras otro de los participantes ordenadamente. El truco consiste en derribar el pincarromero de otro participante a la vez que clavamos el nuestro. El último que permanezca en pie será el ganador.

El tirabique.
Comenzábamos eligiendo una orquilla de olmo, fresno o saltijera. Eso era fácil. Seguidamente debíamos encontrar restos de cámara de bicicleta del que sacábamos dos tiras con las tijeras de coser cuando se descuidaba la abuela. Rebuscábamos hasta encontrar una piel delgada y suave de las lenguetas de los zapatos.  Para cerrar el ciclo las campanas de la iglesia, los gorriones, tordos y algún que otro cristal.
El tres en raya.
Juego de verano pues lo practicábamos sentados en el suelo. Dibujábamos un cuadrado sobre la arena o con tiza sobre el goteral de cemento junto a la iglesia. Dos líneas en aspa uniendo los extremos opuestos y tres piedrecitas. Castro, hecho y bienderecho eran las palabras mágicas.
El arco con sus flechines.
La ruleta y las fichas de goma sacadas de la suela de las alpargatas.
La ruleta de teja pulida
Este entretenimiento consistía en confeccionarte una ruleta de teja lo más plana posible partiendo de un trozo inservible de las tejas de los tejados. Para ello y con muchísimo tiento con una piedra quitábamos las esquinas  más salientes y el resto lo pulíamos frotando una y mil veces con paciencia dicha teja sobre las piedras areniscas que en el lado norte de la iglesia aún conservan el desgaste de dicha erosión. El color marrón del polvo resultante se lo llevó la lluvia y el viento hace demasiados años.
La taba.
El pañuelo.
Los zancos.
Elegíamos dos palos de unos 2 metros y 4 cm de diámetro el cual se cortaba por debajo  procurando que tuvieran una rama sobre los 60 cm la cual cortábamos a unos 6 cm. En este nudo poníamos unos trapos viejos para apoyar los pies. Nos subíamos a una pared, agarrados fuertemente con las manos y colocándonos los palos paralelos al cuerpo caminábamos cual aves zancudas. En cierto pueblo de La Rioja es atracción turística la bajada girando y a gran velocidad por una de sus calles mediante este procedimiento. Nosotros malamente lográbamos mantenernos en pie.
El taca, taca.
En realidad desconozco el nombre autóctono del juguete.
Seleccionábamos un cardo de los llamados hisopos. Se le cortaba unos 25 cm procurando que en la parte de arriba quedara el nudo con sus dos ramas. Sobre el eje central se colocaba un trozo grueso perforado en el centro que giraba en horizontal y golpeaba los laterales con su característico sonido de taca, taca, taca,
La tacadera de sauco.
Se construía a partir de un palo recto de saúco de unos 45 cm y un diámetro de unos 4 cm. al que se le vaciaba su cañada central. Por otro lado se confeccionaban unos tacos a base de tela mojada y bien prieta del mismo diámetro que el agujero del palo. Se introducía el primer taco por un extremo y con otro palo a modo de baqueta se le hacía recorrer todo el interior del tubo hasta colocarlo en el otro extremo. Con otro taco se procedía de igual modo. Como el primer taco impedía la salida de aire, el aumento de presión en un momento dado disparaba el primer taco con gran estruendo y violencia.

Las canicas.
Eran un producto de importación pues venían de la ciudad las que eran de cristal pero como sustitutivo practicábamos con gallaritas del monte.
El marro.
Blinca la mula. Se formaban dos grupos de niños. Se echaba a suertes y al grupo perdedor le tocaba ponerse de burro. El primer niño se ponía recto de pie. El siguiente  estando de pie doblaba el espinazo y metía la cabeza entre las piernas del primero a la vez que se agarraba a los pantalones de éste. Así dos o tres niños.
El grupo ganador saltaba de uno en uno dando un salto, abriendo las piernas y apoyándose sobre la espalda de los agachados. Si los burros aguantaban el peso ganaban y los perdedores ocupaban su lugar repitiéndose el ciclo. Si se aplastaban habían perdido y se repetía el juego.
Corro, morro, pico, tallo y qué.
El cinto.
Se jugaba en los días gélidos del invierno. Un grupo de niños se colocaban en fila de espaldas y apretados entre sí. Por detrás de ellos hacían pasar un cinto de un extremo al otro y daban un cintazo a otro que era el profano encargado de encontrar el cinto.
La pista de escurrecirse.
En primavera, sobre el verdín tierno de la ladera en el alto San Pedro y la vista del molino como visión de fondo, se tiraba un poco de agua en la incipiente yerba, nos colocábamos en cuclillas y apoyando todo el peso del cuerpo sobre una de las zapatillas recuerdo cómo los adolescentes se deslizaban hacia el precipicio. Al final de la pista tenían un pequeño  agujero para frenar.
Hacer pozas.
Durante gran parte del año las calles se hallaban cubiertas de barro y adornadas por enormes charcos. Los niños nos entreteníamos haciendo presas para romperlas posteriormente y observar los ríos que se formaban. Por supuesto las zapatillas estaban caladas hasta los huesos.
Fumar raíces de olmo.
Condición indispensable es que estubieran secas y luego limpiar uno delos extremos. Se experimentaba cierta sequedad y picor de boca.
La rutandera.
Consistía en una tabla fina de unos 20cm x 7 cm con su contorno labrado con múltiples picos. En un extremo se le practicaba un agujero donde se ataba una  cuerda de unos dos metros que servía para hacerla girar a modo de lazo del oeste americano produciendo un ruido zumbante.

Recolectar aceras, andrinas, anises, avellanas, cangrejos del Urbel, caracoles, chivos de las zarzas, macucas, moras, panecillos, setas de carrerilla, siemprevivas...